23 mar 2009

Verbos predadores



Una de las principales palabras que se me ocurre para referirme a la poética de Jacqueline Goldberg es “contundencia”, y la inevitable pregunta cómo es posible lograr dicha contundencia con esa brevedad tan aplastante. Siempre supe quién era, de sus libros y otros etcéteras, pero vaya usted a saber por qué nunca la había leído. Llega a mis manos Verbos predadores (por cortesía de la Editorial Equinoccio la cual está haciendo un trabajo formidable) y he quedado prendado de una poética única y me atrevo a decir que inalcanzable. Tuve la suerte en días recientes de charlar con ella un rato y le dije personalmente cómo era posible que me hubiera perdido todo este tiempo de su trabajo…


En todo caso y saliendo de la anécdota, esa contundencia a la que me refiero va turnando en su quehacer semántico diversas emociones que van desde las producidas por el exilio, hasta el desamor, desde la muerte hasta la vida fatua, del doloroso amor de madre: Cómo explicar al hijo recién venido de los caudales / que la muerte es un músculo ejercido sin utensilios, dice en su poema “Oficio de guardián”; al doloroso amor de mujer: SI QUEDARA UN HOMBRE / uno sólo para después / y la eternidad, dice en su libro Víspera.


Diversos sentimientos van recorriendo toda la poética de Goldberg en esta antología que tiene la ventaja de permitir ver el cruce de las emociones a lo largo de todos los libros allí presentes, en donde hasta el porvenir es una maldición sobrentendida / de la cual deberemos reponernos, tal como dice en “Lodazal”.


De un libro a otro la palabra ejercida en su poética es precisa y en ningún momento resulta azarosa dentro de cualquiera de sus versos. Su yo poético es evidente, directo, reafirmándose en su carácter de voz hablante. Un yo sumamente intimista, solitario y remoto que no extraña, que se ve a la distancia hasta con gracia: TUVE PECHOS HERMOSOS / que columpian / como milagro enardecido… tuve / por decir la verdad / tesoros nefastos / que ya no extraño. Tesoros de la juventud que quedan en el pasado más no en el olvido y que transmuta la sublime esencia de su placer en tristeza: HASTA HACE MUY POCO / cavé fosas en estratégicos puntos de mi piel…en mis dedos / garrotes audaces / que entonces tenían el triste atrevimiento / de convocar la caricia.


En el poema “El don o el murciélago” la poeta dice que “los poemas taladran” y es justo eso lo que Jacqueline Goldberg hace a través de sus letras, es una constante en su trabajo, un taladrar que hace reflexionar y sentir para beneplácito del lector. Una poesía además que parece auto corresponderse en su propia inmanencia ante lo que transmite, como bien se hace notar en los siguientes versos de “Poética”: La enrancia está en el poema que rumia infeliz. / Y el poema, más allá, / bestia vidriada, conjetura desertora, siempre está de paso. La poesía como algo transitorio pero que deja una huella imborrable a pesar de esa “vidriocidad”, y es justamente eso, el juego de la palabra y el verso que está en un límite constante, en un borde que puede significar esto o aquello, ser felicidad o tristeza al mismo tiempo, ser una “conjetura desertora” o un hecho fáctico.


Son muchos los temas que podemos hallar en Verbos predadores, enfermedad y familia, nostalgia y hastío, pero todos sin duda manejados con una destreza consumada en la palabra que sorprende por el laconismo tan propio de un haikú. Jacqueline Goldberg en uno de sus poemas dice que hablar de uno / avergüenza...y eso / eso jode, sin embargo no sé que opina cuando los demás hablan más que de ella, sobre su trabajo. Lo menos que puedo hacer es reiterar mi admiración por el encuentro con su poesía y cerrar con uno de sus poemas.


DEBERIA BAÑARME MUCHAS VECES

hasta desgastar

los lugares atravesados

por su lengua

decir

que sudo pesadillas

que no existo

que me arrepiento

pero no me arrepiento